Nadie se libra de fracasar. Todos hemos experimentado la sensación de haber esperado el éxito y obtener lo contrario. Es aún más amargo cuando afecta a personas que queremos. La impotencia es el sentimiento que nos queda. Parece que el mundo se nos derrumba y se oscurece toda esperanza.
Dios es quien mejor conoce el corazón humano. Se hizo hombre para expresarnos con todo su ser, tangiblemente, quiénes somos y qué deseamos verdaderamente en lo más profundo de nuestro ser. También experimentó qué se siente fracasar, incluso hasta la muerte. Por ello nos reveló con hechos la clave para salir de esos momentos y caminar con éxito verdadero en nuestra vida. La transfiguración es un “misterio de luz por excelencia” que nos ilumina este punto.
Piensa un momento. ¿Qué habrías hecho tú si te pasa a ti lo siguiente? Eres amigo de un personaje muy famoso en tu país. Reconocido por su liderazgo y atractivo. Es tu amigo: conversan, comparten, ríen, discuten, hasta viajas con él… Un día te invita con otros dos a rezar en una montaña. De pronto comienza a cambiar su cuerpo: resplandece de una luz sobrenatural en la oscuridad del monte, aparecen dos personajes históricos. Y en esa soledad habla una voz del cielo que les dice que es el Hijo amado y que le escuches…
Eso les pasó a Pedro, Santiago y Juan. Pudieron ver con sus ojos que el que era su amigo, que hacía milagros, que resucitaba muertos… era el Hijo de Dios. Se maravillaron tanto por esta verdad que sintieron miedo ante la grandeza de su amigo. “Es mi amigo… ¡y es el Hijo de Dios!”
Al poco tiempo, los poderes públicos y religiosos capturaron al Amigo. Se le acusó de romper con la ley y de admitir en su compañía pecadores; de tener la pretensión ¡hasta de atribuirse el poder de perdonar los pecados! Se le acusa por decir la verdad sobre quién es él: el Hijo de Dios. Por eso se le mata.
Tras unos días de la muerte del Amigo se le encuentra… ¡vivo! Con un cuerpo distinto, que recuerda a la luz de aquel día en el monte… Ni siquiera la muerte, el acontecimiento que nos hace experimentar con totalidad la impotencia humana, ha podido acabar con él.
Así es como el Hijo de Dios nos enseña a vivir nuestras impotencias: con Dios, que no fracasa. Fracasamos, por nuestros errores o porque otros nos dañan… La esperanza que la Transfiguración nos regala es una Presencia. El Hijo de Dios está en la tierra, ¡vivo! Acompaña toda la historia humana, mi historia… Con sus éxitos y sus fracasos. Su presencia nos da el sentido de todo cuanto vivimos y nos enseña a vivir la vida con su compañía…
El mayor fracaso aparente de la humanidad ha sido la muerte del Hijo de Dios. En cambio, es el evento que ha cambiado verdaderamente el mundo: siendo hombre como nosotros nos hace hijos de Dios por el bautismo y capaces de vivir como Él: amando porque conocemos y experimentamos el amor de Dios nuestro Padre. Su resurrección nos asegura que el “mal se vence con el bien”, con el amor, pues
“nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”.
Por eso, toda Su vida es misterio de luz que ilumina la nuestra. El Evangelio no es, sino Dios que habla a cada ser humano con un mensaje único y personal. Juan Pablo II fue muy sabio al incluir en el rezo del Rosario los Misterios de Luz, para recoger momentos especialmente importantes de la vida cotidiana de Cristo. Son Misterios que nos enseñan de qué modo está presente Dios en el día a día de nuestra existencia.