Cada Misa inicia impartiendo la bendición a los que asistimos en el Nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y deseándonos que su paz y su amor llenen a cada uno de los asistentes.
Habiendo recibido tan grande bendición, el sacerdote nos invita a reconocer que delante de Dios somos frágiles, que no somos perfectos y que necesitamos de su misericordia, asegurándonos el perdón de Jesús, el Cristo, el Señor.
Después de esos ritos introductorios, viene una parte de la misa poco conocida, y todavía más incomprendida: el rezo o canto del “Gloria”. ¿Qué es eso de darle gloria a Dios? Más de algún amigo creyente me ha dicho incluso ¿pues qué Dios necesita tanta alabanza? ¿No es esto algo un poco soberbio?
El origen del Gloria
Creo que es bueno empezar explicando que en cualquier celebración litúrgica, de cualquier religión, se acostumbra entonar un himno de alabanza a Dios o a la divinidad. En nuestro caso, es un canto de alabanza a la Trinidad que nos ha llenado de su bendición, su gracia, su paz y su perdón, como una expresión de nuestro corazón que quiere humildemente dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fue introducido en la liturgia de la Misa por el papa Telésforo hacia el año 128 de nuestra era, y se reza todos los domingos y fiestas, excepto en Adviento y Cuaresma.
La oración inicia con las palabras de los ángeles (Lc 2,14) con las que anunciaron “cantando” el nacimiento de Jesús. Generalmente cantamos cuando estamos alegres, y san Lucas nos invita a alegrarnos con el coro de los ángeles, dando gloria a Dios porque se hizo hombre en la persona de Jesús para manifestarnos su amor y mostrarnos su camino para la salvación. Los ángeles cantaron el nacimiento de Jesús porque con él llegaron en su plenitud el amor y la fidelidad de Dios que quieren derramarse sobre todos los hombres.
Si los ángeles cantan “la gloria de Dios”, es porque ellos, que viven en su presencia, nos invitan a contemplar a Dios en toda su majestad, en su grandeza divina: Él es el Rey del universo, el Creador de todo lo que vemos y de lo que no vemos. Y el motivo de la alabanza a Dios por su gloria, es que no quiso quedarse gozando de su divinidad (cf. Flp 2, 6-11), sino que por puro amor, asumió la naturaleza humana y vivió como uno de nosotros, como escribe san Juan: “y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Único Hijo Engendrado, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
Gloria a Dios y paz a los hombres
Los ángeles cantan la gloria de Dios “en el cielo”, que es tradicionalmente el lugar de la habitación de Dios, en oposición a los hombres que viven “en la tierra”, y a quienes se les desea la paz. La gloria siempre para Dios; y esa glorificación a Dios se traduce en “paz” para los hombres.
Jesús que es “la gloria de Dios”, vino al mundo a traer la paz. Pero la paz de Jesús no es ausencia de guerras, no es tranquilidad psicológica, sino que la paz de la que hablaba Jesús es el “Shalom” judío que –, es el deseo de que todos los bienes que pueden venirte de parte de Dios lleguen a ti.
¿Impresionante no? Los ángeles que contemplan el Misterio de Dios en el cielo, nos enseñan que lo que corresponde a Dios es la gloria, y a los hombres la paz. Y que buscar la gloria de Dios tiene una consecuencia en mi vida: paz.
El “tres en uno”
La oración del Gloria es “tres en uno”, por eso le llamamos “Trinitaria”, porque es una alabanza para Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Y aunque son tres Personas Divinas en un solo Dios, la oración no se eleva nada más “a Dios”, sino que pone un énfasis especial en alguna cualidad en las que cada Persona Divina se nos quiere dar a conocer.
Dios Padre
Es alabado, adorado, bendecido y glorificado como Señor (dueño absoluto de todo), Rey celestial (que gobierna todo desde el cielo), cercano y amoroso como un Padre, sin dejar de ser el Todopoderoso.
Dios Hijo
Jesús hombre: el Hijo único, que tomó naturaleza humana para ser el Mesías – Cristo, y el Cordero de Dios a través de quien Dios QUITA el pecado del mundo. Ese Jesús VIVE, y es el que está sentado a la derecha del Padre intercediendo siempre por nosotros.
Jesús Dios. Cuando le damos a Jesús el título de “Santo” y “Señor”, estamos confesando que Él es Dios, porque esos dos títulos estaban reservados para Dios desde el Antiguo Testamento.
Dios Espíritu Santo
Que nos viene del Padre y del Hijo y que hace en nosotros la obra de nuestra santificación. ¡Mucho ojo! La obra de nuestra santificación no es nada más nuestra, sino que el Espíritu Santo que está en nosotros, “llevará a buen término la obra que Él ha empezado en nosotros”; pero para ello requiere mi entrega a su acción, confiada y 100% libre.
Conclusión
Nunca se te olvide que Dios cuando actúa, todo lo hace de manera gloriosa, porque Él está lleno de gloria. Cuando contemples la naturaleza, cuando veas a cualquier persona, cuando levantes tus ojos al cielo, todo lo que ves es “la gloria” de Dios, es efecto sensible de su presencia poderosa pero sencilla, trascendente pero sensible en sus obras. Lo que contemples de bueno, bello y hermoso en este mundo, es la gloria de Dios.
Y tú también ¡puedes ser gloria de Dios! en el mundo, sobre todo si tratas de ser como Jesús, olvidándote de ti mismo y saliendo al encuentro de los demás con una actitud de amor y de entrega.
Después de haber contemplado un poco de lo que hay detrás del rezo o canto del “Gloria” en la Misa, te invito a que ¡glorifiques a Dios con tu vida!, imitando a Jesús.