¿Qué tiene que ver la Eucaristía y la resurrección de los muertos? Son dos verdades que tiene mucho en común. La Eucaristía es el pan de vida eterna. ¿Por qué se quedaría Jesús en la Eucaristía si nuestros cuerpos fuesen corruptibles al fin y al cabo? ¿No bastaría un alimento intelectual o meramente espiritual?

La Eucaristía, que alimenta nuestro espíritu con el comer el Cuerpo de Cristo en la comunión, es una de una prueba de la resurrección de los cuerpos que sucederá al final de los tiempos.  

Sin profundizar las razones antropológicas de la religión, basta recordar que la religiosidad del hombre viene por su ser capax Dei. Dios nos ha creado para trascender y nos concedió el don de la libertad para poder amar o no, y con nuestros actos decidir el destino eterno que queremos vivir.

Alimento de vida eterna

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6, 51).

Un versículo que resume el misterio eucarístico y que no deja de asombrarnos por su radicalidad. Jesús mismo nos deja bien claro que nos da a comer su Cuerpo en el Pan eucarístico. Pan que es Él mismo y que da vida eterna.

El misterio de la Eucaristía nos lleva a pensar en una inmortalidad del hombre más allá de esta tierra, porque nos permite ver la dimensión sobrenatural en la que debemos movernos para poder comprender este misterio de la vida eterna. La vida divina en cada uno de nosotros es la fuente vital espiritual. En la sagrada comunión está la expresión más profunda de esta vida de Dios dentro de nosotros. La Eucaristía es la participación de la unión que nos hace pregustar, de modo parcial, de esta vida eterna de comunión perfecta a la que estamos llamados y para la que fuimos creados[1].

La realidad escatología de la fe de la Iglesia nos lleva a pensar siempre en el lugar que Cristo ha ido a prepararnos (Jn 14, 2). «La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”».[5] Jesús en su diálogo con la samaritana nos revela cómo por medio del bautismo podemos comenzar a formar parte de la liturgia celestial, así lo afirma el Catecismo: «por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf. 1 Co 15,28)».[6]

Resurrección de la Carne

La Iglesia ha proclamado desde sus inicios que habrá una resurrección de la carne. Lo proclama ya san Pablo y después el magisterio desde los símbolos de la fe y a lo largo de la historia por el magisterio ordinario. El catecismo de la Iglesia vuelve a repetir y a condensar la doctrina verdadera que hemos de saber, creer y buscar razones de esta fe que profesamos (1 Pe 3, 15).

La Iglesia cree en la resurrección de los muertos basados siempre en la resurrección de Jesús y la verdad de su historicidad[8]. A este respecto, en la gran apología de san Pablo sobre este tema (1 Cor 15), encontramos la esperanza a la que hemos sido llamados.

Ante la realidad de la muerte el hombre se pregunta sobre su paradero. Qué pasará con su alma, con su cuerpo, con su persona… Sabemos, casi por intuición, que hay una vida más allá de esta. Pero no tenemos detalles sobre cómo será y esto nos lleva a la incertidumbre.

Cristo es el hombre perfecto y se hizo completamente hombre para redimirnos completamente. Él no sólo ha venido a salvarnos, sino a ser ejemplo de ese hombre al que debemos tener como único modelo e ideal. El hecho de su resurrección es narrado por los cuatro evangelistas y es en sí la Buena Noticia que expresan los evangelios. En su victoria podemos ver lo que será la nuestra si también morimos con Él (Rm 6, 8). El catecismo nos lo pone de modo más claro:

«Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús».[9]

Es san Pablo quien nos da una idea de lo que podrá ser esta resurrección de la carne. El texto que es más enfático es el capítulo 15 de su primera carta a los Corintios. Ante quienes no creían en la resurrección de la carne les dice que si Cristo ha resucitado es porque también nosotros resucitaremos. Él resucita como primicia de los muertos (1 Cor 15, 20) como prínceps analogatum. El cómo lo vemos en Cristo, pero no es que sepamos mucho. Sabemos que tiene un cuerpo tangible y que puede comer (Lc 24, 39). Pero a la vez es un cuerpo espiritualizado que no sigue la normalidad de nuestros cuerpos terrenos. Es un cuerpo glorioso (Fil 3, 21) que estamos llamados a tener. Ante las dudas que surgen ayuda captar lo que dice san Pablo que nuestros sentidos quedan por debajo de aquello a lo que estamos llamados a experimentar (1 Cor 2, 9).

Dios nos llama a gozar de su presencia con toda la plenitud de nuestro ser. El hombre es un ser compuesto de alma y cuerpo y al final de los tiempos[10] recibiremos nuestros cuerpos gloriosos. El destino lo decidimos en la tierra con nuestra voluntad y así pasaremos o a gozar de la gloria eterna o a sufrir el castigo eterno.

La Eucaristía es un signo escatológico y prenda de esa vida que nos espera si optamos por amar en esta vida terrena.

Fuentes:
[1] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 18.
[4] Cf. Catecismo de la Iglesia, n.1329.
[5] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 18.
[6] Catecismo de la Iglesia, n. 1326.
[8] Cf. Catecismo de la Iglesia, n. 989.
[9]  Ibid., n. 997.
[10] Ibid., n. 1001.