La parábola del Hijo pródigo (Lc 15, 11-32) corona la obra de san Lucas. ¿Sabías que Lucas, a pesar de usar el griego, emplea un estilo aramaico al escribir este pasaje? Al parecer quería hacer notar que estas palabras habían salido tal cual de la boca de Jesús y así demostrar que detrás de cada frase se esconde una riqueza perceptible a los conocedores de la cultura del tiempo y de su exposición original. Tratemos de desentrañar el momento en que gira toda la historia de este hijo rodeado de cerdos y con deseos de saciarse.
15, 17 Y volviendo en sí, dijo: ¿Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre?
Los orientales tienen un gran respeto por el desierto. Saben que adentrarse en ellos sin un guía experimentado puede implicar la muerte. El desierto es un lugar de profundo silencio donde no están los elementos básicos para que el hombre pueda sobrevivir. Por ello, había un consejo típico para el que equivocándose se notaba perdido. ¿Cuál era? Regresar a donde se había comenzado, dar una vuelta en “U” y volver. La palabra hebraica usada es שׁוּב, que literalmente quiere decir “dar un giro de 180 grados y caminar hacia atrás”, es lo que en nuestro idioma hemos traducido como “convertirse”.
El versículo comienza usando este verbo y colocando la especificación “en sí”. Brota la pregunta: “¿Dónde se encontraba el joven hasta ahora?” Fuera de sí, volando en su alma tras sus deseos… y de repente regresó. El hijo menor descubre, en un momento de inspiración, que no puede vivir perennemente en la incomodidad del pecado. Se ve como un ave que ha caído en el mar o que ha entrado a un lugar cerrado… “debo salir de aquí o moriré”.
Aparece entonces su verdadero lugar: “la casa de mi Padre”, notando la novedad de la inclusión del posesivo “mi” antes de la palabra Padre. Al inicio de la parábola, el joven había pedido su liquidación como hijo, ahora se recuerda de “su Padre”. Podemos imaginar todas las imágenes que aparecen de repente en el alma de este joven, todos los recuerdos de su infancia en su casa hasta las experiencias más remotas de la bondad del Padre con sus trabajadores… “y yo aquí perezco de hambre”. El verbo usado es ἀπόλλυμαι, que quiere decir literalmente “perderse o arruinarse de una feroz hambruna”.
Este es el espíritu del hijo pródigo, que antes de regresar a su casa, regresa a sí mismo en su corazón, y un pensamiento comienza a conmoverlo hasta las entrañas, que las percibe cada vez más vacías por su propia culpa… él mismo comienza la relectura de su historia.
15, 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Este versículo significa el giro de la parábola y nos describe el valor del hijo pródigo. El verbo levantarse, ἀναστὰς, significa “tomar una fuerte decisión”. Es el mismo verbo que vemos en la llamada de Mateo (Mt 9,9) o en la partida de María hacia su prima Isabel (Lc 1,39); esto se debe a que levantarse es el primer paso para colocarse en movimiento y contiene toda la potencialidad de alcanzar lo que se busca, a diferencia del permanecer sentado. ¿No es así en nuestra experiencia cotidiana cuando despertamos y comenzamos las labores del día? El libro de los proverbios añade: “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Pr 24,16), subrayando la importancia del levantarse.
En este momento el hijo pródigo añade el “diré”, que en el contexto hebraico tiene una gran importancia. ¿Sabías que cuando el ángel responde a la pregunta de María dice literalmente que “no será imposible todo lo que ha sido escuchado de parte de Dios” (Lc 1,37). La palabra en futuro “diré” expresa en el contexto hebrero la realización concreta de lo pronunciado, no hay motivo de dudas de su cumplimiento. Tanto es así, que en hebreo “palabra” quiere decir también “hecho”.
¿Qué dirá? “Padre, he pecado…” con dos aclaraciones. Una contra el cielo, “contra” como un enemigo que va armado hacía otra persona para destruirlo. El hijo prodigo percibía que había estado luchando contra el cielo, buscando romper un orden dentro de su corazón. Este “contra” también puede entenderse como un “hasta el cielo”, es decir, que la cantidad de sus pecados son tan grandes como la altura de la tierra al cielo. Luego añade “contra ti”, es decir, a tus ojos. Cuando obramos frente a alguien, ¿podemos percibir en sus ojos sus reacciones: agrados o disgustos? Sí, y es el sentimiento del hijo, he pecado a pesar de percibir como siempre me mirabas.
15, 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
Por último, añade la conciencia de no haber correspondido al regalo de ser hijo. Utiliza el verbo κληθῆναι. ¿Sabes que la raíz de este verbo es κλη, de la misma que proviene la palabra Εκκλησία, Iglesia? La Iglesia es la reunión de los “llamados”, donde todos somos hermanos – en el sentido más profundo, como aquellos que tú no escoges sino que recibes – que compartimos una situación en común: “haber sido llamados”. De este modo, el joven podría decir hoy en día: “no he correspondido al que me hayas llamado a tu Iglesia, que me hayas salido al encuentro en mi vida”… de ahora en adelante, buscaré compensarte con mi trabajo, viviré de servicio.
Ya sabemos la respuesta del Padre a estos sentimientos que el hijo lleva en su corazón al acercarse a su casa. Una cosa queda por decir. ¿Cómo no dijo una de nuestras frases: “yo regresar, primero muerto” o “estás loco si piensas que veré a mi hermano mayor reírse de mí” o “qué dirán los jornaleros”? El joven había llegado al punto más hondo, sabía que quedarse en ese lugar significaría su muerte, y no hubo señales de orgullo en su pensamiento. ¡Decidió vivir más allá de su orgullo! ¡Tomó la decisión de volver! Tantas veces nosotros preferimos una serie de listas de nuestros males, en clave pesimista, caer en la depresión, el desánimo… y aquí tenemos el humilde consejo de este joven perdido entre los cerdos, con hambre y con los pies en el barro: “vuelve”.