Desde las primeras décadas de existencia de la Iglesia, tenemos evidencia de la existencia del concepto de un Dios “trinitario”, i.e. el Evangelio de San Mateo: “Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. (Mt 28,19).
Tras la muerte y resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, hacia el año 30, y después de años de reflexionar las palabras y hechos de Jesús a la luz de esos acontecimientos y a la luz del Antiguo Testamento, los primeros cristianos se expresaban de Dios como “Trinidad”, en la que existen tres Personas, pero que es un solo Dios.
La celebración de la Misa inicia con ese saludo a los que asistimos; en “nombre” de la Trinidad Santísima, confesando con ello el misterio máximo de nuestra fe y es que el Único Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tiene que ver todo con nuestra salvación.
¿Quién nos lo dijo?
Tanto en las palabras de la Escritura, como en las que pronunció Jesús, Dios nos fue revelando que cada una de las Personas Divinas se “atribuye” o es responsable, por decirlo de alguna manera que pueda entenderse, de una parte en nuestra salvación. Quiero compartir contigo cómo cada una de estas Personas es parte de ese plan magnífico para salvarte a ti y a mi:
El Padre
La iniciativa viene de Dios Padre. Es el Papá el que decide salvar a sus hijos. El Padre, por el amor que nos tiene, dice san Juan que de tal manera nos ama, que “envió a su Hijo unigénito al mundo” (Jn 3,16), con una finalidad: “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Es de tal calidad el amor del Padre por sus hijos los hombres, que viendo que todos “errábamos como ovejas, que cada uno marchaba por su camino”, (Is 53,6) “no perdonó a su propio Hijo, antes bien, lo entregó por todos nosotros” (Rm 8,32).
El Hijo
El Hijo eterno de Dios, en un momento de la historia que llamamos “la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4), se hizo hombre como nosotros. El pecado de sus hermanos los hombres debía ser expiado, y la expiación exige una víctima (alguien tenía que pagar, vivir las consecuencias). Pues bien, Jesús el Hijo de Dios, ofreció su Cuerpo y su Sangre, como víctima de expiación por nuestros pecados. Una vez que murió y resucitó, Jesús ascendió al cielo y exaltado a la diestra de Dios, recibió la Unción con el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo
Ese Espíritu lo envía Jesús resucitado a los hombres, es “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5). Desde el Antiguo Testamento Dios había prometido que enviaría su Espíritu a todos los corazones, para quitarnos el corazón de piedra y darnos un corazón de carne (Ez 36), un corazón lleno del fuego del amor de Dios. El Espíritu Santo que nos envía Jesús resucitado, nos irá guiando hacia la verdad completa (Jn 16,13), y quiere ser en cada uno de nosotros principio de paz, de amor y de alegría. Viviendo nuestra vida al impulso del Espíritu de Dios, caminamos hacia nuestra felicidad definitiva.
Tres personas, un sólo Dios que día y noche trabaja sin cesar para encontrarse contigo. Podemos comenzar a reconocerlo empezando por vivir, desde el inicio de la misa, la máxima realidad de nuestra fe: Confesamos a UN SOLO DIOS EN TRES PERSONAS: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.